“Para todo hay un tiempo oportuno. Hay tiempo
para todo lo que se hace bajo el sol.” Eclesiastés 3:1 (NBV)
En el blog del 5 de abril de 2019,
publiqué una reflexión titulada “Tiempo de perder y crecer” basado en
Eclesiastés 3:1-11. Trataba sobre el proceso de mudarnos de PR a EU y cómo en
ese proceso de perder, crecimos. Esta vez, enfatizo en el verso 1 en el que
declara que hay tiempo para todo.
Me gusta escribir en un diario. No
lo hago todos los días, pero me gusta escribir cuando una situación lo amerita
y sobre todo cuando siento que Dios me enseña algo a través de un suceso. Me
gusta leer lo que escribí años atrás. Veo mis reflexiones, mi proceso de
crecimiento y las enseñanzas para la vida. Yo uso un journal, pero a
veces uso lo que encuentre. Esta vez, encontré una reflexión escrita en un sobre que
parece era lo único que tenía a mano al momento de escribirla. Fue a finales
del semestre escolar, mayo 2008. La
hallé interesante porque en la diferencia de unas horas, estuve en dos lugares
muy diferentes que me enseñaron algo sobre la vida. Aquí les va:
“Siempre tendremos tiempo para todo… Es
interesante el contraste que estoy viviendo ahora, con el que viví hace unas
horas atrás. Esta mañana estuvimos en la actividad final de los maestros en un pub
de Río Piedras. Tuvimos que vestir la moda de los ‘60 y ’70. La música, las
luces, el jolgorio, estuvo “brutal”.
Hicimos juegos,
bailamos y hasta yo canté en un karaoke una canción “corta venas”. Agradecí
a las muchachas que organizaron la actividad porque lo disfrutamos mucho, nos
distrajimos del afán de la escuela… lo necesitábamos.
Sin embargo,
ahora estoy en un lugar diferente. Salimos de la actividad; Purita me dejó en
la escuela y George no ha llegado a buscarme. No hay nadie en la escuela, pero
el portón está abierto porque los jóvenes de la comunidad vienen en las tardes
a jugar baloncesto. Estoy sentada en una
silla, leyendo un libro y hay un total silencio. Hay una brisa exquisita y las
hojas se mueven con tranquilidad. Veo la escuela totalmente vacía pero no se ve
deprimente. Al contrario, se ve como un lugar especial. El lugar para realizar
muchas cosas maravillosas. El lugar donde cada día laboramos y nos ganamos
nuestro pan.
Al principio
estaba frustrada porque no podía abrir mi salón. Ya me imaginaba terminando de
archivar documentos y completando el papel de las becas pendientes de mis
estudiantes de educación especial. Pero Dios quiere que esté aquí sentada.
Sentada sin hacer nada. Oyendo los pájaros cantando y las hojas meciéndose.
Todo tiene su
tiempo. Tiempo de ruido, tiempo de silencio. Tiempo de trabajar y tiempo de
descansar. Yo creo que Dios quiere que disfrutemos ambas experiencias: el
bullicio de la gente, la alegría de la música y la tranquilidad del silencio. Él
quería que disfrutara la actividad final de semestre, pero también el estar
sentada sola en la escuela. Fueron dos experiencias totalmente diferentes, pero
ambas necesarias para la vida.
Dios me habló a
través de ambas experiencias. Es importante la alegría, el baile, cantar, la
amistad, la soledad, el silencio, la tranquilidad.”
Repasando esta experiencia trece años
después, me hace pensar que a veces me desespero preguntándome que pasará con
esto o aquello o si está bien si hago esto otro. También pongo límites a Dios
en la manera en que él piensa y quiere de mí, y también cómo se manifiesta a
nosotros. Esta experiencia me hace pensar en los versos 11-13 de Eclesiastés:
“Él, en el momento preciso, todo lo hizo hermoso;
puso además en la mente humana la idea de lo infinito, aun cuando el hombre no
alcanza a comprender en toda su amplitud lo que Dios ha hecho y lo que hará” (DHH). “Yo
sé que no hay cosa mejor para el hombre que alegrarse y pasarlo bien en su vida. Y también, que es un
don de Dios que todo hombre coma y beba y goce del fruto de todo su duro trabajo”
(RVR 2015).
“Siempre tendremos tiempo para todo”, así comencé
mi journal. Me gusta esa afirmación porque denota confianza. Porque,
aunque no podamos cambiar o volver atrás en el tiempo, podemos confiar en que
Dios trasciende el tiempo. Él nos
da nuevas oportunidades que podemos aprovechar. Tenemos una bella promesa en el
mismo pasaje de Eclesiastés 3, verso 15: “Aquello que fue, ya es; y lo que ha de ser, fue
ya; y Dios restaura lo que pasó.”