Lectura: 1 Corintios 9:24-27
Hace años atrás (2001 y aún antes de eso), yo estaba realmente obesa. Por
ser una maestra y líder en la iglesia muy activa, el exceso de peso me hizo
daño desarrollando escoliosis en mi columna y discos herniados en la espalda
baja. Mi quiropráctica (excelente, por cierto) Glorimar Serrano, me confrontó
con la necesidad de bajar de peso o sería necesario operarme de la columna
vertebral. Con la ayuda de Dios, la nutricionista, ejercicios y Glorimar (cada
vez que visitaba su oficina, ella me retaba y me preguntaba cuántos chocolates
había comido ese día ) logré bajar 100 libras en un periodo aproximado de dos
años. Realmente fue muy beneficioso en todas las áreas de mi vida; mi problema de
la espalda estaba controlado.
Poco antes de irme de Puerto Rico, en el 2016, comencé a
aumentar de peso. En realidad, llevaba tiempo comiendo lo que no debía y no
hacía ejercicios con la frecuencia que necesitaba. Le cuento mi aflicción a Glorimar,
mi mentora en este asunto de cuidar la salud y bajar de peso. Tranquilamente, ella me respondió: “No te preocupes, tú sabes lo que tienes
que hacer.” Yo no hice nada más que reírme y aceptar que sí sabía lo que
tenía que hacer. Ella también sabía, porque me había acompañado en el camino
anterior.
La lucha con perder peso continúa. Voy con frecuencia al
gimnasio, pero no veo los resultados que
deseo. Mi esposo George, que es un
experto en hacer ejercicios, me acompañó un día y me dio su diagnóstico: estás
haciendo el mínimo esfuerzo, tienes que pasar dolor, tienes que esforzarte.
Estas experiencias, el diálogo con Glorimar y la lección
impresionista con George en el gimnasio, me hicieron reflexionar que yo sé lo
que debo hacer para cambiar mi estatus actual. Que cuando estoy dispuesta a
cambiar algo, es necesario ejercer la voluntad para hacerlo y no quedarme en la
zona de “comfort”. ¿Cuántos de nosotros no estamos conscientes de lo que
necesitamos cambiar y sabemos lo que hay que hacer, pero no lo hacemos? Sabemos
lo que hay que hacer, pero nos cuesta comenzar a hacerlo.
Cuando Pablo le habla a la iglesia de Corintios en el
capítulo 9, pone como ejemplo el esfuerzo y sacrificio que hacen los
deportistas con la manera que los cristianos deben entregarse por el evangelio.
Los deportistas se abstienen de cosas y hacen ejercicios para ganar una
competencia. El cristiano corre la vida cristiana no al azar, ni dando palos a
ciegas (v.26), sino esforzándose, estar consciente de lo que debe dejar para
ganar una corona incorruptible (v.25).
Yo he caminado desde muy joven la carrera del cristiano. He
comprendido que sí Jesús nos da la salvación y nos quita un gran peso de
encima; pero la transformación se da en el caminar diario. Unos días mejores
que otros, pero con la certeza que Dios nos acompaña. También, así como yo
encontré a Glorimar y a George que me han ayudado en la tarea de bajar de peso;
así mismo Dios pone en nuestro camino, personas que son de apoyo e inspiración
para continuar la vida cristiana.
Estar dispuesto a cambiar implica que aceptamos que
necesitamos un cambio y muchas veces debemos vencer nuestro orgullo y nuestros temores.
A veces será fácil cambiar algunos aspectos de nuestra vida, pero en otros
momentos tendremos que ejercer la voluntad y esforzarnos más. Sin embargo, qué
maravilloso es saber que el Espíritu Santo intercede por nosotros: “Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en
nuestra debilidad; pues qué hemos pedir como conviene, no lo sabemos, pero el
Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles” Romanos 8:26.
Les invito a cada día examinar nuestra vida e identificar
aquello que debemos cambiar; pero sabiendo que no estamos solos, personas en el
camino nos apoyan y el Espíritu Santo nos ayuda.
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