“Por
tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de
testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con
paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor
y consumador de la fe…” Hebreos
12:1 – 2a
Este texto del libro
de Hebreos ha sido significativo para mí en diferentes momentos de mi vida.
Muchas veces, Dios me ha invitado a deshacerme del peso que no me deja correr
la carrera. Pero hace poco, pude vivir en carne propia lo que significa caminar
con tantos bultos que indudablemente me enseñó a querer andar liviana. Hace
poco viajamos a Puerto Rico y en casa de mis padres, teníamos parte de nuestra
mudanza. Intenté llevarme lo más posible y esto causó el viaje de regreso casi
imposible… Imagíname caminando a través de todo el aeropuerto John F. Kennedy
(¡que es enorme!) con un montón de bultos y maletas. ¡Fue horrible! (¡No le
pregunten a mi marido, please!) Durante la caminata a través del aeropuerto
recordaba el libro de Max Lucado, Aligere su equipaje (Traveling
light). Esa frase retumbaba en mi mente todo el día…
Pero lo principal que
quiero compartir hoy es una reflexión que escribí hace muchos años atrás para
una de las clases del Seminario. El
relato está basado en Hebreos 12:1-2 y trata sobre mi propia experiencia de lo
que observaba día tras día mientras iba a caminar al parque con mi hijo mayor,
que apenas tenía un año. Es uno de mis escritos que más atesoro, además de
fortalecerme. Espero que sea de inspiración a tu vida.
Una joven madre apaga
el televisor. Está cansada de las malas noticias.
“Tantos suicidios en
lo que va del año”, “tantos casos de violencia doméstica”
“Duros enfrentamientos
entre obreros y policías.”
“Advertencia de lo que
podría ser un ataque terrorista.”
Es mejor apagar el
televisor. Está cansada de una cultura de miedo.
Prefiere hacer lo de
casi todas las tardes,
Se cambia de ropa, se
pone los tenis, sienta a su pequeño en el coche,
es hora de ir a
caminar.
Bajando la cuesta,
observa las casas. ¡Cuántas casas diferentes!
Casas grandes, casas
pequeñas.
Casas con patio, casa
con perros.
Algunas con gente, y
otras sin gente.
El niñito de la joven
madre señala sonriente a los perros que ladran,
trata de imitarlos y
quiere ir donde ellos.
Señala los aviones que
ve en el cielo…
La madre observa a su
niño conmovida.
¡Qué inocencia tan
pura la de los niños y niñas!
Son un pedazo de Dios.
¡Con razón la gente
sonríe cada vez que los ven!
¿Qué hacemos con
nuestros niños y niñas?
¿Los estamos cuidando?
¿La iglesia le dedica
tiempo y le permite espacio?
Envuelta en estos
pensamientos,
la joven madre y el
niño llegan a la esquina del parque.
Allí, en la casa de
enfrente, está la señora,
Como todas las tardes,
sentada en el sillón, en el balcón de su casa.
Pensando a lo mejor en
lo que fueron mejores tiempos,
cuando su marido no
era un veterano de guerra.
La guerra, que procura
la paz y no la logra.
La guerra, que se justifica
por intereses económicos.
La guerra que daña a
tanta gente;
como a ese hombre que
ha perdido su camino.
¡Qué triste es ver a
su amado con la mente desgastada!
Actuando como un niño
a veces, y otras como un adulto.
Qué triste esa carga.
¿Acaso todos no
tenemos cargas? ¿Cuál es la tuya?
La joven madre empuja
el coche de su bebo como una gran carga.
Está muy cansada por
el trabajo del día, pero quiere seguir caminando;
quizás eso la anime.
Por fin entra en la
pista, y no está sola,
hay muchos otros que
caminan como ella,
que también anhelan
una mejor condición física.
Están los jóvenes que
no caminan, corren.
Tienen la energía, la
esperanza por desarrollar un mejor cuerpo.
Están los adultos
maduros que caminan ligeros y firmes.
Tienen la experiencia,
conocen el camino,
pareciera que conocen
hacia dónde van.
Allí está la señora
que camina en la dirección contraria a los demás.
La joven madre siempre
se ha preguntado por qué lo hará.
Hay una joven que camina con lo último en el ajuar de
hacer ejercicios,
además de sus modernos headphones con lo último en
la música.
Hay quienes caminan hablando por su celular,
intentando aprovechar el tiempo,
resolver la vida en un santiamén, algo tan
característicos de esta sociedad.
A veces camina una pareja agarrados de la mano,
se acompañan en su travesía, conversan al caminar.
Por último, y quizás los más importantes,
Llegan los ancianos y las ancianas.
Su paso es lento, pero seguro. Es admirable verlos
caminar.
La joven madre camina en silencio,
pensando en las deudas y en sus familiares enfermos.
Su niño la mira, pues escucha su silencio.
Parece que no le gusta y le habla en su jeringonza.
¿A quién le gusta el silencio? ¿A quién le gusta el
silencio de Dios?
Tenemos demasiadas preguntas, queremos demasiadas
respuestas.
¿Cuáles son tus preguntas? ¿Esperas en Dios por sus
respuestas?
Entonces, la joven madre contempla la pista entera.
Se da cuenta que no va para ningún lado. Sólo da
vueltas en la pista.
No sólo ella, la gente también.
Compara la pista con su vida.
¿Hacia dónde voy? Se pregunta.
Posiblemente te hayas hecho la misma pregunta: ¿Hacia
dónde voy?
La joven madre de detiene un momento y piensa:
“Espera un momento… sí, espera un momento.”
“Caminamos en la pista con un propósito.”
“Nos ejercitamos, bajamos unas libritas, cuidamos
nuestro corazón.”
“De la misma manera, camino la vida con un propósito.”
“¿Acaso he olvidado que hubo uno que caminó este
camino?”
“¿Qué lo caminó por mí primero?”
La joven madre toma nuevas fuerzas para seguir caminando.
Porque hubo una nube de testigos que caminó ese mismo
camino hace mucho tiempo.
Porque hubo Uno que con su sacrificio eterno nos dejó
el ejemplo.
Él sufrió más de lo que nosotros podamos sufrir.
A pesar de las malas noticias.
A pesar de nuestras cargas.
A pesar de nuestros pecados.
La invitación está abierta:
“Corramos con paciencia…”
con perseverancia y fortaleza
“la carrera que tenemos delante…”
Camínala día a día… paso a paso… con disciplina.
“puestos los ojos en Jesús…”
Él es nuestro ejemplo de resistencia.
Él nos llamó a correr. No desvíes tu mirada.
La joven madre suelta al niño, y éste corre hacia la
chorrera.
La madre lo mira admirada porque el niño busca sus
primeros pasos de independencia.
La joven madre contempla el atardecer.
El ocaso ha llegado, es hora de regresar a casa.
La madre y el niño salen del parque.
Doblan la esquina, ven la misma señora en el mismo sillón.
Ven las mismas casas, oyen los mismos perros,
pero el color del cielo es diferente.
Sus colores rosados, anaranjados y azulados
le dicen que otro día ha terminado.
Pero con la esperanza de que habrá un mejor mañana.
Un mañana en el que seguiremos valientemente la
carrera.
Para algún día exclamar como el apóstol Pablo dijo:
“He peleado la batalla…”
“He terminado la carrera…”
“He guardado la fe…”
¿Cómo te sientes en este camino?
¿Acaso te sientes solo? ¿Acaso te sientes sola?
Mira a tu alrededor, hay muchos corriendo contigo.
Hay alguien corriendo a tu lado que no te deja.
Se llama Jesús.
Porque algún día exclamaremos como el apóstol Pablo
dijo:
“He peleado la batalla…”
“He terminado la carrera…”
“He guardado la fe…”
Detente un momento.
Toma aliento… y sigue la carrera.