lunes, 26 de agosto de 2019

Sigamos la carrera


“Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe…” Hebreos 12:1 – 2a

Este texto del libro de Hebreos ha sido significativo para mí en diferentes momentos de mi vida. Muchas veces, Dios me ha invitado a deshacerme del peso que no me deja correr la carrera. Pero hace poco, pude vivir en carne propia lo que significa caminar con tantos bultos que indudablemente me enseñó a querer andar liviana. Hace poco viajamos a Puerto Rico y en casa de mis padres, teníamos parte de nuestra mudanza. Intenté llevarme lo más posible y esto causó el viaje de regreso casi imposible… Imagíname caminando a través de todo el aeropuerto John F. Kennedy (¡que es enorme!) con un montón de bultos y maletas. ¡Fue horrible! (¡No le pregunten a mi marido, please!) Durante la caminata a través del aeropuerto recordaba el libro de Max Lucado, Aligere su equipaje (Traveling light). Esa frase retumbaba en mi mente todo el día…
Pero lo principal que quiero compartir hoy es una reflexión que escribí hace muchos años atrás para una de las clases del Seminario.  El relato está basado en Hebreos 12:1-2 y trata sobre mi propia experiencia de lo que observaba día tras día mientras iba a caminar al parque con mi hijo mayor, que apenas tenía un año. Es uno de mis escritos que más atesoro, además de fortalecerme. Espero que sea de inspiración a tu vida.
Una joven madre apaga el televisor. Está cansada de las malas noticias.
“Tantos suicidios en lo que va del año”, “tantos casos de violencia doméstica”
“Duros enfrentamientos entre obreros y policías.”
“Advertencia de lo que podría ser un ataque terrorista.”
Es mejor apagar el televisor. Está cansada de una cultura de miedo.

Prefiere hacer lo de casi todas las tardes,
Se cambia de ropa, se pone los tenis, sienta a su pequeño en el coche,
es hora de ir a caminar.
Bajando la cuesta, observa las casas. ¡Cuántas casas diferentes!
Casas grandes, casas pequeñas.
Casas con patio, casa con perros.
Algunas con gente, y otras sin gente.
El niñito de la joven madre señala sonriente a los perros que ladran,
trata de imitarlos y quiere ir donde ellos.
Señala los aviones que ve en el cielo…

La madre observa a su niño conmovida.
¡Qué inocencia tan pura la de los niños y niñas!
Son un pedazo de Dios.
¡Con razón la gente sonríe cada vez que los ven!
¿Qué hacemos con nuestros niños y niñas?
¿Los estamos cuidando?
¿La iglesia le dedica tiempo y le permite espacio?

Envuelta en estos pensamientos,
la joven madre y el niño llegan a la esquina del parque.
Allí, en la casa de enfrente, está la señora,
Como todas las tardes, sentada en el sillón, en el balcón de su casa.
Pensando a lo mejor en lo que fueron mejores tiempos,
cuando su marido no era un veterano de guerra.

La guerra, que procura la paz y no la logra.
La guerra, que se justifica por intereses económicos.
La guerra que daña a tanta gente;
como a ese hombre que ha perdido su camino.

¡Qué triste es ver a su amado con la mente desgastada!
Actuando como un niño a veces, y otras como un adulto.
Qué triste esa carga.
¿Acaso todos no tenemos cargas? ¿Cuál es la tuya?
La joven madre empuja el coche de su bebo como una gran carga.
Está muy cansada por el trabajo del día, pero quiere seguir caminando;
quizás eso la anime.

Por fin entra en la pista, y no está sola,
hay muchos otros que caminan como ella,
que también anhelan una mejor condición física.

Están los jóvenes que no caminan, corren.
Tienen la energía, la esperanza por desarrollar un mejor cuerpo.
Están los adultos maduros que caminan ligeros y firmes.
Tienen la experiencia, conocen el camino,
pareciera que conocen hacia dónde van.
Allí está la señora que camina en la dirección contraria a los demás.
La joven madre siempre se ha preguntado por qué lo hará.
Hay una joven que camina con lo último en el ajuar de hacer ejercicios,
además de sus modernos headphones con lo último en la música.
Hay quienes caminan hablando por su celular, intentando aprovechar el tiempo,
resolver la vida en un santiamén, algo tan característicos de esta sociedad.
A veces camina una pareja agarrados de la mano,
se acompañan en su travesía, conversan al caminar.
Por último, y quizás los más importantes,
Llegan los ancianos y las ancianas.
Su paso es lento, pero seguro. Es admirable verlos caminar.

La joven madre camina en silencio,
pensando en las deudas y en sus familiares enfermos.
Su niño la mira, pues escucha su silencio.
Parece que no le gusta y le habla en su jeringonza.
¿A quién le gusta el silencio? ¿A quién le gusta el silencio de Dios?
Tenemos demasiadas preguntas, queremos demasiadas respuestas.
¿Cuáles son tus preguntas? ¿Esperas en Dios por sus respuestas?

Entonces, la joven madre contempla la pista entera.
Se da cuenta que no va para ningún lado. Sólo da vueltas en la pista.
No sólo ella, la gente también.
Compara la pista con su vida.
¿Hacia dónde voy? Se pregunta.
Posiblemente te hayas hecho la misma pregunta: ¿Hacia dónde voy?

La joven madre de detiene un momento y piensa:
“Espera un momento… sí, espera un momento.”
“Caminamos en la pista con un propósito.”
“Nos ejercitamos, bajamos unas libritas, cuidamos nuestro corazón.”
“De la misma manera, camino la vida con un propósito.”
“¿Acaso he olvidado que hubo uno que caminó este camino?”
“¿Qué lo caminó por mí primero?”

La joven madre toma nuevas fuerzas para seguir caminando.
Porque hubo una nube de testigos que caminó ese mismo camino hace mucho tiempo.
Porque hubo Uno que con su sacrificio eterno nos dejó el ejemplo.
Él sufrió más de lo que nosotros podamos sufrir.
A pesar de las malas noticias.
A pesar de nuestras cargas.
A pesar de nuestros pecados.
La invitación está abierta:
“Corramos con paciencia…”
con perseverancia y fortaleza
“la carrera que tenemos delante…”
Camínala día a día… paso a paso… con disciplina.
“puestos los ojos en Jesús…”
Él es nuestro ejemplo de resistencia.
Él nos llamó a correr. No desvíes tu mirada.

La joven madre suelta al niño, y éste corre hacia la chorrera.
La madre lo mira admirada porque el niño busca sus primeros pasos de independencia.

La joven madre contempla el atardecer.
El ocaso ha llegado, es hora de regresar a casa.
La madre y el niño salen del parque.
Doblan la esquina, ven la misma señora en el mismo sillón.
Ven las mismas casas, oyen los mismos perros,
pero el color del cielo es diferente.
Sus colores rosados, anaranjados y azulados
le dicen que otro día ha terminado.
Pero con la esperanza de que habrá un mejor mañana.
Un mañana en el que seguiremos valientemente la carrera.
Para algún día exclamar como el apóstol Pablo dijo:
“He peleado la batalla…”
“He terminado la carrera…”
“He guardado la fe…”

¿Cómo te sientes en este camino?
¿Acaso te sientes solo? ¿Acaso te sientes sola?
Mira a tu alrededor, hay muchos corriendo contigo.
Hay alguien corriendo a tu lado que no te deja.
Se llama Jesús.

Porque algún día exclamaremos como el apóstol Pablo dijo:
“He peleado la batalla…”
“He terminado la carrera…”
“He guardado la fe…”

Detente un momento.
Toma aliento… y sigue la carrera.

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