Lectura bíblica: Salmos 40
Conozco personas que, porque tuvieron una situación muy difícil en el
pasado o tomaron malas decisiones en un momento dado, se han amargado de tal
manera que no pueden disfrutar las bendiciones que tienen en el presente. A la
verdad que es difícil perdonar a los que hicieron daño o perdonarse a uno mismo
por los errores cometidos; pero lo cierto es que, si no lo hacemos, esa espina
se convierte en una bola de nieve que va rodando barranca abajo volviéndose cada
vez más grande.
Si lees un poco más sobre los efectos de la amargura, los especialistas comentan que una de sus consecuencias son múltiples enfermedades físicas. Comparto un enlace muy interesante (es en inglés) https://psychcentral.com/news/2011/08/10/bitterness-can-make-you-sick/28503.html
Para mí varios problemas de la amargura es que no te permite ver lo bueno que tienes. Te hace creer siempre que eres la víctima. Tampoco te deja ver claramente, para entonces buscar una solución a los problemas que estás viviendo. El apóstol Pablo en la carta a los Efesios recomienda que quiten la amargura de su vida (Efesios 4:31) La Biblia dice también en Proverbios 15:13: “El corazón alegre hermosea el rostro; mas por el dolor del corazón el espíritu se abate”.
Cuando nuestro primer hijo tenía 4 años, yo estaba en una gran crisis.
Las dificultades económicas, la ardua tarea de ser madre y profesional a la vez;
y otras circunstancias que estaba viviendo, me sumieron en un pozo. Una tarde,
luego de una situación muy frustrante, me di cuenta que me estaba amargando.
Comencé a comprender el daño que la amargura producía a mi vida. Tomé un papel
y un lápiz, y las ideas salieron a borbotones:
La amargura es
una cosa terrible. Corroe por dentro como el salitre al hierro…
La amargura no te
permite disfrutar de la vida. Siempre sientes que la misma es injusta y pocas
veces hace algo bueno para ti.
La amargura hace
que mires a otros con envidia porque “parecen” tener todo lo que no tienes:
paz, dinero, amistad, libertad, sonrisa, abundancia, amor…
Si le haces caso a
la amargura, sigue tejiendo tu alma de tal manera que quedas enredada cada vez
más. Porque cada vez sientes que te hieren más; porque cada vez sientes que
otros son felices y tú no.
Cada vez vas
cayendo en un pozo muy profundo del que no puedes salir sola. Entonces, la
amargura da paso a la depresión y ésta te hunde cada vez más. Ese pozo lo ves
profundo, lo ves tan oscuro que ni siquiera puedes ver tus manos. Entonces, ¿cómo
vas a caminar así? ¿Cómo vas a caminar en oscuridad?... Tú vida se detiene
gracias a la amargura.
¿Vale la pena? ¿Vale
la pena detener tu vida cuando sabes que el tiempo sigue corriendo?
ü Pierdes ver tu hijo crecer…
ü Pierdes los hermosos atardeceres…
ü Pierdes la sonrisa de un niño…
ü Pierdes la oportunidad de crecimiento…
ü Pierdes la oportunidad de abrir nuevas puertas…
ü Pierdes la oportunidad de ver el sol…
ü Pierdes a tu familia…
ü Pierdes la belleza de la naturaleza…
ü Pierdes amigos.
¿Qué vas a hacer
entonces? ¿Vas a sacudirte de toda la amargura, el coraje y la represión? ¿O
vas a seguir acumulándolo?
Entrégale tu
amargura a Dios.
Entrégale tus
máscaras a Dios.
Entrégale tu vida
a Dios.
Entrégale tus sueños a Dios.
Cada día acércate a la Fuente que salta para vida
eterna y entrega tu amargura a él (Juan 4:14-15). Dile que te sane, dile que te
libere de las cadenas de la amargura. Además:
ü Respira profundo.
ü Agradece por las cosas pequeñas.
ü Agradece por lo que tienes.
ü Saborea, huele, mira, toca, oye; pues tus sentidos te
los dio Dios.
ü Busca la paz y síguela (Salmos 34:14b).
ü No te molestes por cosas pequeñas, no vale la pena.
ü No busques controlarlo todo, eso no es posible.
ü Acepta las cosas que no puedes cambiar en estos
momentos.
ü ¡¡No te quejes!!
Si no sacas la amargura, ese volcán pronto estallará
en enfermedades físicas y mentales. ¿Vale la pena? NO. Deténte. Respira.
Levanta tus ojos a la parte de arriba del pozo y allí está Jesús con sus manos
extendidas para sacarte. Permítele que te saque de ahí. La vida no se puede
contemplar desde un pozo. La vida hay que mirarla desde las alturas. Pídele a
Jesús que te lleve, él lo hace.
Jesús te saca del pozo (Salmo 40:2), te lleva a las alturas (Habacuc 3:19) y te hace descansar (Mateo 11:28).
(María
Teresa, 25 de mayo de 2010)
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